El de la mula torda

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sábado, 20 de noviembre de 2010

La cocina de mi niñez

No ha ce mucho tiempo, en la España de los sesenta, cuando yo era un niño. La cocina de mis abuelos no tiene nada que ver con la que conocemos hoy.
En las casas el alumbrado era el mínimo. Se debía a que los contratos de luz eran para una o dos bombillas. Recuerdo que en la casa de mi abuelo había dos bombillas conmutadas, una en la planta baja y otra en la superior. Esta precariedad en los alumbrados hacía de la cocina el lugar más visitado de la morada. En ella se hacía de todo. La cocina tenía una ventana a la calle. Los días de verano soleados, la luz invadía la cocina por los dos huecos, la ventana y el vano de la chimenea.

Cocina de las llamadas económicas.
La pieza principal de la casa era la cocina. En concreto, en la casa del abuelo había la cocina tradicional, el hogar, y otra de forja de las llamadas económicas, de fabricación vasca. La cocina fue en el pasado la dependencia de la vivienda que más se usó. Las bajas temperaturas invernales nos obligaban a mantenernos cerca del fuego el máximo tiempo posible.
En la chimenea, donde se quemaban sarmientos o leña del monte, colgado del llar o "allarín" se podía ver el caldero o la caldereta de cinc o cobre donde se cocían patatas y todo aquello que pudiera servir de de alimento para los cerdos.

Llar con garabato para sujetar el caldero.
Más abajo, en lo que se llamaba hogar, entre su negrura resplandece el acero de los dos relucientes morillos, en el centro hervían los garbanzos o las alubias en pucheros de barro sujetos por calzos o seseros. Las trébedes se colocaban encima de la llama para freír los huevos o los tasajos del cerdo. Un recogedor, también metálico, impedía que las ascuas se esparcieran. Y, a ambos lados del fuego, si faltaban los morillos, dos cilindros de hierro -denominados cañoneras- fueron los antecedentes rurales de la bolsa

Morillos

de agua caliente o de la manta eléctrica, ya que en ocasiones se empleaban para calentar las camas. El grueso hierro fundido absorbe el calor que, de otro modo se perdería, y lo devuelve a la habitación. De este modo, actúa como una especie de radiador que puede mejorar la eficiencia de la chimenea. Cuanto más gruesa fuera la placa de acero sobre la que se hacía la lumbre, más prolongado y suave es este calor irradiado.

Calzos o seseros.
En la poyata, una pequeña repisa por detrás del hogar, esperaban la hora de la cena los huevos fritos que, en más de una ocasión y debido a la lluvia, recibían alguna mota de hollín o alguna pavesa que caían chimenea abajo.
Colgado de algún clavo siempre se encontraba el soplillo o el fuelle que servía para avivar el fuego. Y las tenazas iban de mano en mano para atizar la lumbre o para "firmar" en el aire o "hacer rúbricas" sobre las mortecinas ascuas.
Trébedes para la sartén.
En la cocina se almorzaba, se comía, se cenaba y... se trasnochaba. Durante las largas noches de invierno, las abuelas cosían y tejían, los abuelos limpiaban los garbanzo y judías, las madres remendaban pantalones o hacían , los padres componían alguna collera del ganado o cincha de la burra y los chicos hacían sus deberes escolares o jugaban al parchís. A estas veladas o trasnochadas de invierno siempre se unían algunos vecinos, de esta forma, al tiempo que se ahorraba leña en una casa, la conversación se hacía más amena.
Toda la familia se sentaba alrededor del fuego los más cercanos en "tauretes", banquetas o banquillas, los más alejados en el escaño o en los poyos laterales, impidiendo que se desperdiciara el calor que desprendía el fuego. A los niños nos solían dejar la parte más cercana al hogar, nos aproximábamos tanto a la llama que nuestras piernas desnudas, ya que vestíamos siempre con pantalón corto, se arrebataban y nos salían cabrillas. Teníamos el pecho caliente y la espalda fría. Por cualquier circunstancia, si nos quedábamos solos hacíamos diabladas. Jugábamos a lo que veíamos, imitábamos a nuestros padres intentando encender un cigarro cogiendo del “ascuarril” un tizón con las tenazas, azuzábamos el fuego con el soplillo o con el fuelle. El resultado era casi siempre el mismo una zorrera, y la bronca de los mayores al entrar, y siempre la misma expresión “os vais a mear en la cama”.


Mesa de matanza o tocinera,
 Durante el invierno, nadie se movía de su sitio para cenar; se colocaba una mesa baja, la de la matanza, entre los comensales con los platos -que en la mayoría de los casos sólo era uno- y todos cogían su ración y la colocaban sobre un trozo de pan que sostenían en la mano.
Esta mesa, del tipo de las denominadas tocineras, tenía un pequeño cajón donde se guardaban los escasos cubiertos que, como ya hemos dicho, eran poco utilizados a no ser la cuchara.
En la pared opuesta al fuego solía haber un basar, rudimentario armario o la alacena con anaqueles en el que se colocaban los tanques y tazones para el desayuno, los platos y fuentes algún jarro En las casas de las familias pudientes, colgada de la pared, se mostraba la reluciente espetera de cobre, compuesta de cazos y cacillos, pero no en todos los hogares se disponía de este ajuar. Al lado de la pila solía estaba la canyarera con la tinaja del agua.
Sobre la fregadera, pileta hecha generalmente con cemento donde se colocaba la caldereta o un lebrillo con el agua caliente para fregar los platos, solía haber también un escurreplatos. Y encima, colgando de puntas clavadas en la pared, la cucharrena o espumadera, y el cacillo o repartidor. Cerca de la pila solía estar colgada la tabla de lavar con la tajuela.
En otra parte un basar con la radio. Estaba encendida todo el día.La radio era la gran distracción de todas las casas, todo era IMAGINACIÓN, había programas de todo tipo con las canciones de la época y, naturalmente, muchos anuncios. Escuchabamos el show de MARIO CLAVELL. El programa de Pepe Iglesias EL ZORRO. Los anuncios que se emitían eran de este tipo o de este otro. Las canciones eran lo más oído. De los artistas españoles de la época tenemos que destacar a José Luis y su guitarra, Pepe Mairena. Los que son de mi generación seguro que se acuerdan de estas cosas, fue cuando empezó a sonar por la radio EL DÚO DINÁMICO
Pocas cosas más había en aquellas cocinas de mi abuelo, donde mi padre aprendio a sumar escarbando con un tizón sobre la ceniza; donde escucharon anécdotas de tiempos pasados; y donde tal vez "pelaron la pava" con el novio o novia tras el obligado consentimiento paterno para que él o ella "entrasen en casa".
Pero siempre, siempre, siempre, el morador que merodeaba po cualquier parte de la cocina sin ser sentido es el gato.




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