El de la mula torda

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jueves, 23 de abril de 2015

Leyendas, lugares y aventuras madrileñas de Miguel de Cervantes.

En la calle de la Chopa, tortuosa y angosta, hoy calle de Rodriguez de Guevara, en pleno rastro madrileño, vivía en tiempos de Miguel de Cervantes, el Chopa. Éste cultivaba, en un pequeño terreno de la zona, una huerta. Las verduras y hortalizas las vendía en la cercana plaza Mayor. El hortelano era padre de un niño, de la edad de Miguel. Si a el padre le llamaban Chopa, también le llamaban de la misma forma al hijo. El Chopa niño, tenía una voz angelical. Esta virtud la demostraba muy bien como coralista en la Capilla del Obispo, siempre inundada por la voz clara y cristalina de los niños en los momentos de oficios religiosos. El niño Chopa no ha pasado a la historia por sus "gorgoritos", ni tampoco porque  el escultor Giralte lo inmortalizara, vestido de acólico, en la parte inferior derecha del cenotafio de  Gutierre de Carvajal y Vargas. Obispo de Plasencia. Ha pasado a la historia por ser amigo de niñez de Miguel de Cervantes. Por esta época Miguel vivía en cerca de la plaza el Cordón, en la calle de San Justo. Se conocían de los juegos en los diferentes lugares de Madrid, sobre todo en los que hacían en la plaza de la Cebada. Pero sobre todo eran amigo de paseos y aventuras infantiles. Cuando Rodrigo, pues así se llamaba el pequeño Chopa, cayó enfermo fue internado en el hospital de San Lázaro. La visita de Miguel no se hizo esperar. Corriendo sale del recinto de Madrid por la puerta de la Vega, y se dirige hacia el Puente Segovia y junto al Campo del Moro, llega al hospital de San Lázaro. Este hospital era para niños pobres, especialmente de niños donde se les curaba de la sarna, la tiña y otras enfermedades infecciosas.
Miguel entra en el el hospital y en la sala de enfermos encuentra a su amigo.
- No te acerques, Miguel, le dice Rodrigo, ya que te pegaré mis viruelas.
- Pues yo como tu, respondió Miguel, y en San Lázaro estaremos juntos.
Pocos días después las campanas de la iglesia de San Andrés trocaron a "Gloria". Miguel sabía que no volvería a ver a su querido amigo. 
El siete de diciembre de 1346, Alfonso XI, "por previsión real", concedió a Madrid un maestro de Gramática, que se instala en la calle de los Mancebos. Posteriormente, los Reyes Católicos la dotan con una Escuela de Retórica y Humanidades. En la actualidad vendría a ser un instituto preparatorio para la entrada en la universidad.
Sobre el origen de el nombre de la calle hay dos versiones, la primera hace referencia al magnicidio del rey Enrique I. Era hijo de Alfonso VIII "el de las Navas de Tolosa", subió al trono a la edad de once años, ejercía la tutela sobre él la reina doña Leonor de Inglaterra, su madre. Al morir ésta, le sucedió en la regencia doña Berenguela, hija mayor de los monarcas fallecidos. Estos años fueron turbulentos, en los que parte de la nobleza de Castilla, como el conde Nuñez de Lara, entre otros, luchaban por conseguir prebendas en detrimento de la Corona. La regente se vio obligada a huir, refugiándose junto a su hermana Leonor en la fortaleza de Antillo.
Un mal día cuando el adolescente rey jugaba en uno de los patios del palacio arzobispal de Palencia, de donde era huésped, se desprendió una teja del alero de un edificio colindante, que con tal mala suerte vino a darle en la cabeza. Tres días después Enrique I fallecía. Los nobles ocultaron su muerte, trasladándo sigilosamente el cadáver a Tariego, y desde allí facilitaron falsos informes sobre su salud. Descubierto el engaño, doña Berenguela tomó de nuevo las riendas del poder, sin que nunca se haya sabido si la muerte del rey fue o no fortuita.
Según la leyenda, alguien había ordenado "arreglar" la cornisa desde dónde se desprendió la teja. Los dos jóvenes que estaban realizando el trabajo hulleron de Palencia atemorizados y, tras recorrer varias ciudades, llegaron a Madrid. Fueron hechos presos en una calleja que desemboca en la plaza de la Paja. Se les trasladó al palacio de los Lasso de Castilla, y en su torre fueron desollados y se les dio sepultura en la vecina iglesia de San Andrés y sus cabezas fueron expuestas durante varios días en el monumento cercano a Minerva.
Un rumor recorrió la Villa, los mozos habían sido aajusticiados tan precipitadamente por temor a que delataran a los verdaderos culpables. En memoria de los culpables se llamó a esta calle la de los Dos Mancebos y posteriormente la de los Mancebos.
La otra historia hace referencia a las risas y algarabías que organizaban los estudiantes a la hora de las entradas y salidas de la institución académica, si bien, todo el jolgorio se veía incrementado por los bulliciosos sirvientes, pajes y mancebos, de los Lassos que tenían sus habitaciones en la planta baja del palacio. Los sirvientes del marqués de Villafranca siempre embromaban a los transeúntes.
Más tarde la institución se traslada al número dos de la calle de la Villa, para posteriormente quedar absorbida por el Colegio Imperial. La escueta fue regentada por franciscanos, después por profesores laicos y finalmente por jesuitas. cuentan las crónicas que el maestro de Cervantes recibía del Ayuntamiento, por este menester, una exigua asignación y un cahiz de trigo.
Nadie ni nada estaba a salvo de los escolares de los Estudios de la Villa. La actual calle del Rollo, antaño se llamaba de la Parra. Tomaba el nombre del frondoso arbusto que plantó Noé. El emparrado se extendía por toda la calle. Sus dueños apenas si probaban las uvas. Cuando los racimos colgaban a finales de septiembre, y ya estaban maduros para finales de octubre, iban desapareciendo al paso de los escolares. Estupendo desayuno para los estudiantes madrugadores. Se cuenta que el maestro Lopez de hoyos fue multado varias veces como responsable del "robo" de sus alumnos. Cansado y muerto de vergüenza, el maestro, quiso dar una lección a los pequeños "cacos" y preguntó al que se autoinculpó el nombre de los demás maleantes. El chico se limitó a inculparse del asalto alas tapias y a la viña. Fue expulsado y días más tarde readmitido, no porque un benefactor de la institución lo pidiese, como había ocurrido anteriormente, sino porque el pedagogo Lopez de hoyo, ya había descubierto el incipiente talento e ingenio del joven Miguel de Cervantes.
Allá por el año 1598 D. Pedro de Cuenca, funda el Albergue de San Lorenzo, estaba situado junto a la antigua Puerta de Toledo, haciendo esquina con la calle de San Lorenzo. La función del albergue era dar cobijo a los pobres de la zona y algunos tullidos procedentes de la batalla de Lepanto. Clientes habituales de este sitio eran Cosme Becerra, Pereantón Grimaldos, este último buhonero de Coslada. Habían perdido sendas piernas en la batalla de Lepanto. Rufo Ovejero y Ginés Porra, los dos albañiles, cayeron al vacio desde el andamio de San lorenzo del Escorial. Ignoro el nombre del quinto cojo, pero su pierna dejó de funcionar cuando trabajaba en la reparación de la torre del Alcazar madrileño, por esta razón se dijo que la suya era una "real cojera".
Hasta hace bien poco, la profesión habitual de muchos cojos era la de zapateros remendones, y a esto se dedicaban los cinco cuando había algún trabajo, que eran menos veces que más. Esta situación ociosa durante gran parte del día, y en especial cuando el sol lucía, era propicia para las discusiones sobre lo divino y lo humano que se relacionaba con la Villa. Zapateros remendones de la política, echaban desde allí medias suelas a cuanto en ella se cociera, es decir las tapias del albergue se habían convertido en un mentidero. con el tiempo el asilo desapareció y dio paso a una calleja que se llamaba de los Cojos. "Los cojos" pasaron a la leyenda gracias a aquel amigo que alguna vez les acompañaba y que como éllos también era lisiado de una manquedad "hermosa", según decía él mismo, "por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos y esperan ver los venideros". Pero realmente lo que más cautivaba al manco era su conversación sencilla y elocuente a la vez. Con los cojos de la naval rememoraba las luchas y sobre todo "las banderas del hijo del rayo de la guerra, Carlos V, de feliz memoria". Todo le escuchaban y los mismos "lepantinos", casi no reconocían las hazañas. Cuando el manco se marchaba "no muy ligero de pies" calle de Toledo adelante, los tertulianos se deshacían en alabanzas hacia el escritor. El de la "real cojera" se permitió insinuar una vez.
- No viene todos los días , según dicen,está escribiendo un mamotreto de tantas páginas que dudo mucho que alguien se atreva con él. Creo que se va a llamar Don Quijote o algo así...






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