El de la mula torda

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viernes, 4 de marzo de 2016

Álvaro de Luna

Quizá Don Álvaro de Luna sea el primero de los llamados "Validos", que adquirirán suma importancia con los llamados "Austrias Menores".
Comienzo esta composición por lo que me atañe de cerca, recuerdo de pequeño, su imagen pétrea, en la Plaza Real de San Martín de Valdeiglesias.




Siempre me llamó la atención su figura, con ese gorro especie de tocado, su vestimenta casi talar, y el gran espadón que amarrado a su cintura se dejaba ver entre el recogido de su capa sobre su brazo derecho. La plaza, como otros sitios del pueblo, era nuestro lugar de juegos. Allí nos reuníamos los amigos, Andrés y Antonio Berrocal, Emilito y su hermano Javier, y los más pequeños, Pepito, hermano de Andrés y Antonio, junto con sus amigos, Luisito, el nieto de Rufina y su inseparable Javier. Estando jugando todos en la proximidades de la estatua, aparecieron un grupo de turistas, aquí tomateros, entre ellos, un niño, que le llama la atención la estatua pétrea, y pregunta al que debía de ser su padre, quién es ese señor. El padre respondió será el "santo del pueblo". A todos nosotros nos produjo tal indignación que entre sonrisas irónicas, respondímos a la pregunta del niño ... Don Álvaro de Luna fue el Condestable de Castilla y Señor del pueblo y su residencia es el castillo de San Martín. Todo esto era lo que sabíamos sobre esta personalidad.
Con los años aprendimos que fue un hombre con tan fuerte carácter, que ejerció tanta influencia sobre el rey que llegó a gobernar sin ser rey, lo que le llevó a enemistarse con los demás nobles y el que fue su amigo, el rey, por esos motivos le condenó a muerte.
Nació en un pueblo de Cuenca, en Cañete, en el año 1390. Era hijo bastardo de un noble aragonés y de la llamada "Cañeta", María Fernández Jaraba. Siendo muy niño falleció su padre. Mientras tanto, Cañeta, tuvo otros dos hijos de padres diferentes. Álvaro quiso mucho a uno de estos hermanos, Juan de Cerezuela, que con el tiempo llegó a ser obispo de Osma, Sevilla y más tarde Arzobispo de Toledo. En su niñez y a falta de padre, se encargó de su educación, su tío, Juan Martínez de Luna y el antipapa Benedicto XII de Aviñón, más conocido como el papa Luna, ya sabéis el de Peñiscola. El Papa Luna era tío abuelo de Álvaro. Pasa el tiempo y a la edad de 18 años, su tío, Pedro de Luna, arzobispo de Toledo, le introduce como paje en la corte del rey niño Juan II, el padre de Isabel La Católica.
Juan, el rey,  había perdido a su padre, Enrique, a los dos años. En su testamento, Enrique, había dispuesto que mientras su hijo fuera menor de edad, la regencia la ocuparan la madre, Catalina de Lancaster y Fernando de Antequera, su hermano. Esto no fue más que una continuidad, ya que Enrique el Doliente, había delegado en su hermano parte del poder.
Las desavenencias entre los dos regentes hace que se divida el reino en dos zonas de influencia, correspondiendo a Fernando la parte que abarca desde la sierra de Guadarrama hasta el reino nazarita de Granada, y el resto a la madre de Juan.
La situación se mantiene así hasta que Fernando de Antequera es llamado para ocupar la Corona de Aragón, tras el compromiso de Caspe, y de esta forma entra la disnastia castellana de los Trastamara en Aragón.
En todo este tiempo, Álvaro de Luna, no puede ejercer las influencias sobre el rey, ya que la fuerte personalidad de los dos regentes no dejan espacio para su intervención.
Al desaparecer de la escena Fernando de Antequera, y la muerte de la madre del rey, Álvaro de Luna va ejerciendo influencia sobre Juan II. Las cortes reunidas en Madrid proclaman al rey mayor de edad en 1419, con 14 años. Un año más tarde se casa con su prima hermana, la hija de de Fernando de Antequera, María de Aragón.
El rey siendo un adolescente deposita su confianza en Álvaro de Luna. El motivo, quizá fuese, el sumo control que quiso ejercer sobre él, su tío y suegro Fernando. Para proteger los intereses del ahora rey aragonés, deja en Castilla a sus hijos, y cuñados de Juan II, los infantes de Aragón. sea como fuera, Álvaro de Luna es nombrado Condestable de Castilla y el rey deposita en él toda su confianza. Se dice que Álvaro hechizó al rey y éste le admiraba por todos sus mejores talentos: buen caballero, habilidoso jinete y lancero, elegante poeta y buen prosista. Sobre esta admiración, el historiador y médico Gregorio Marañon, sospechaba que entre ambos pudiera haber tenido relaciones homosexuales.
El nombramiento de Álvaro como Condestable de Castilla, llevó al reino a una guerra civil, de una parte la nobleza menor con el rey y el Condestable y de otro bando los nobles mayores y los intereses de los aragoneses, haciendo intervenir a Alfonso V de Aragón apoyando a sus hermanos, los infantes. 
La guerra se resuelve con la victoria de Álvaro y la expulsión de los aragoneses y su influencia de la corte de Castilla.
Tras diversas intrigas y apropiación de riquezas de los nobles que habían huido o habían sido desterrados, Álvaro de Luna, llega a tener la máxima influencia y riqueza en el reino. 
Pacificada Castilla, comienza su extensión hacia el sur, hacia Granada. El rey moro de Granada quiere una tregua y soborna a Álvaro de Luna, mediante un carro cargado de higos secos y una moneda de oro en el interior de cada higo, que acepta la tregua.
Juan II queda viudo en 1445, este matrimonio deja un hijo, Enrique, hermano de Isabel I, que llegará más tarde a ser rey de Castilla.
Dos años más tarde, en 1447 se casa en segundas nupcias con Isabel de Portugal. La nueva reina no ve con buenos ojos la relación que mantienen su marido Juan con Álvaro, y ya se sabe, dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. El Condestable pierde el favor del rey y al poco es arrestado y ejecutado por degollamiento en la plaza mayor de Valledolid. Su esposa Juana Pimentel y su hijo Juan de Luna se refugian en Escalona, desde donde piden ayuda al Papa, por ser de la Orden de Santiago Álvaro era el Gran Maestre, y la orden estaba bajo la protección papal. Rinde el castillo a las tropas reales y a partir de ese momento, y hasta su muerte, Juana firma todos sus documentos como "La triste Condesa", mostrando así el lamento por la ejecución de su marido.
Un año más tarde el rey fallece.
Resumiendo, Álvaro de Luna fue el eje político de la vida castellana de la primera mitad del del XV, prototipo de insaciable para unos, fiel servidor del rey para otros, supo concentrar el máximo poder y maniobrar en una Castilla que la debilidad del rey y la avaricia de los nobles convirtieron en campo de batalla de las luchas nobiliarias.
A Álvaro de Luna se le atribuyen estas palabras que aparecen en el el refectorio del monasterio de Uclés, "Vosotros, los que os teneis en algo, deteneos ahora un poco, os ruego, y considerad mis palabras: vosotros nobles barones, sabed que a nadie perdono".
Y con estas palabras que resumen la filosofía de la vidaa de Álvaro de Luna, termino "Menimi Parco" a nadie perdono, a nadie respeto.

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